Archivos para agosto, 2011

Mi padre pasó los últimos años de su vida dando clase en un instituto que es una especie de frontera entre los barrios de clase media y uno de los barrios deprimidos de la ciudad de Sta Cruz, Los Gladiolos. Lo hacía con gusto, como lo había hecho siempre. Pero sobre todo, con respeto. Un respeto por la enseñanza, la Química y por los estudiantes, que él quería hacer visible tratando de «usted» a sus alumnos.

Algunos de aquellos chicos habían llevado una vida bastante puteada, donde ni siquiera sus padres les habían mostrado la consideración que deben tenerte los que te traen a la tierra. Por eso, para ellos era casi una extravagancia que aquel señor grueso y serio, fumador de tabaco negro y con un bigote que le daba un aspecto solemne se pusiera a hablarles de usted, como si de repente se hubieran convertido en señores y señoras. Que era lo que siempre habían sido y nunca nadie les había dicho. Cuando mi padre murió, hace ya casi diez años, alguno de aquellos alumnos, tercos y malencarados al principio, lloraban a moco y baba frente al féretro de aquel hombre bueno que moría repentinamente.

Me acuerdo de mi padre estos días en los que Londres está ardiendo y miles de jóvenes ingleses salen a la calle a armarla. Me pregunto qué pensaría él, mientras los medios se debaten entre considerarlo intolerable o profundizar en las causas de esta violencia. Ayer me leí un artículo de Nina Page, una joven filósofa y periodista británica que escribe en el muy respetable The Guardian. Page menciona la nada desdeñable suma de condiciones de vida extremas, recortes del gasto público y el debilitamiento del tejido social para explicar la situación.

El sábado, mi novia y yo pasamos la noche con unos amigos en una bonita casa en el sur de Tenerife. Un momento agradable, cortesía de mi amiga Pilar, con comida, algunos cubatas, música y cigarrillos en los dedos de aquellos que seguimos fumando.  Y sin embargo, tenía algo de ficticio todo aquello. Es  imposible evitar que esta sensación de nebulosa desagradable, incertidumbre, miedo, abatimiento, aparezcan a cada rato. Y probablemente algunos de nosotros, la mayoría miembros de la clase media, acabemos emigrando durante algunos años para hacer frente a esta situación tan jodida.

 Me voy a atrever a hacer una pequeña reflexión sobre lo que está pasando en Londres. Creo que lo que ocurre es una gran falta de respeto colectivo: quemar una tienda en Londres es, sin duda, una falta de respeto. Pero hay muchas, por todos lados. La del señor que acuerda con un colega médico que le firme la baja, la de la gente que  hace chanchullos y no declara a hacienda, la del personal del ayuntamiento de mi ciudad que a veces hace la compra en horario de trabajo. La del director de un periódico que presiona a su redactor para que no saque una noticia crítica con algún político o holding que le da de comer. La del grandísimo banquero o grandísmo empresario que ha seguido ganando mientras la gente se desangra en el paro, la del patrón que tiene a un currelas trabajando doce horas y diez días seguidos por tan sólo 800 euros de salario. Y la del gobernante que no tiene los arrestos para hacer algo. O, al menos, decir algo claro, conciso y valiente en público. Creo, en definitiva, que el pacto social se ha ido a la mierda. Que muchos nos hemos dejado cegar por el brillo del vil metal cuando nos llegaban las migajas, nos hemos vuelto blandos y viscosos. Y creo que los caraduras que estos últimos cuatro años han seguido ganando dinero deberían tener un poco de cuidado. Su cinismo puede acabar siendo proporcional a la violencia que surja. Y cuando la marea de mierda sube, no te das cuenta, un día llega al salón de casa y te sepulta. A ellos, y a nosotros.